lunes, 12 de octubre de 2009

El Regreso

Llevo ya dos días y dos noches caminando y aún no hay rastro de civilización alguna. Se me están acabando los víveres. Todo empezó cuando me comunicaron que había sido elegido para una misión tripulada que tendría como punto de destino Marte. Cómo explicar lo que sentí en ese momento en pocas palabras. Era lo que había estado soñando toda mi vida. Por fin la humanidad se había decidido a dar otro gran paso.

El lanzamiento fue rutinario, no había nada anormal, bueno si exceptuamos que tenía la bodega de la nave, llena de nuevos artilugios cuyo funcionamiento desconocía. Al fin y al cabo, yo solamente era un piloto cuya misión consistía en poner a aquel par de científicos locos en Marte y traerlos de vuelta, sanos y salvos.

Había pasado un día y todo iba según lo programado. La misión iba como la seda. Las comunicaciones con la Tierra se habían realizado en los horarios previstos, y de pronto escuché algo. Un fino zumbido, agudo, me llenaba la cabeza, y pronto se transformó un dolor punzante que me hizo cerrar los ojos en un vano intento por evitar aquel sufrimiento. No sé que ocurrió en ese momento, lo que sí sé, es que al mirar de nuevo a mi alrededor, estaba en otro lugar que no tenía nada que ver con mi nave.

De los científicos no había ni rastro. Estaba en un salón blanco, había mucha luz. No sabía lo que estaba ocurriendo y sentí terror, angustia. De pronto, por una puerta que pareció surgir de la nada, entró un hombre al que jamás había visto en mi vida. Me miró y me saludó. Mi desconcierto era total y absoluto.

Me dijo que me encontraba en la Tierra, pero era algo que me resistía a creer. El traje o uniforme que llevaba no se asemejaba a ningún otro uniforme que hubiese visto antes, demasiado perfecto, era casi como una segunda piel. Me miró sorprendido, me hablaba con total tranquilidad, yo apenas le escuchaba, no le prestaba atención, pero entonces dijo algo que me heló el alma - Hace 347 años desde vuestro último contacto, ¿dónde os habíais metido? - me desmayé.

Cuando volví a mi estado de consciencia seguía en la misma estancia. Esta vez acompañado por una mujer. No tenía nada extraño, usaba un traje idéntico al del tipo que me había visitado con anterioridad. No me dijo nada, sencillamente me miró y me dio una especie de cuenco con un liquido blanquecino en su interior, me hizo una seña y un pensamiento me invadió - No temas, bebe. - Sin dudar un segundo bebí. Tenía un sabor dulce y amargo a la vez. El sueño me pudo de nuevo.

Según mi reloj habían pasado sólo un par de horas. Estaba totalmente despierto y me sentía mejor que nunca. De nuevo se abrió la puerta. Un soldado, con un uniforme que parecía haber sido sacado de una película mala de serie B, me hizo un gesto para que le acompañara. Le seguí.

Me llevaron ante la mujer que me había dado anteriormente de beber. Aunque la vez anterior apenas si pude fijarme en ella, ahora logré contemplar unos cuantos detalles. Era alta, de un metro ochenta aproximadamente, yo sólo le sacaba un par de centímetros o tres. Tenía una complexión atlética. No tenía cabello. Sus ojos eran verdes y cuando me miraba parecían clavarse en lo más profundo de mi ser. Me resultaba casi imposible aguantar su mirada.

Me comenzó a contar la historia de la humanidad. A los tres días después de que partiésemos en misión a Marte, hubo una guerra terrible en la Tierra. Al parecer hubieron problemas de nuevo entre Estados Unidos y Corea. Pero esta vez, lejos de las brabuconadas de siempre, sí que llegaron a las manos. Usaron sus arsenales de armas atómicas, y supuso la casi total aniquilación de la vida del planeta.

Por suerte para los pocos supervivientes, una raza alienígena (a la que mi interlocutora pertenecía), que hacía siglos que nos venían vigilando, actuó. Según me aclaró, ellos no suelen interferir en Sistemas (como así se referían a la Tierra), pero esta vez decidieron hacer una excepción. Si no actuaban no iba a quedar ni un solo ser humano con vida, nos consideraban una raza potencialmente valiosa. No podían permitir semejante desastre. Y así, con máquinas de tecnología que a nosotros nos habría costado milenios por descubrir, o al menos llegar a imaginar si quiera, salvaron lo poco que quedaba del maltrecho Planeta Azul. Pero esos artefactos provocaron un vacío en el continuo espacio tiempo, lo que significó que estuviésemos vagando por el espacio los 347 años, menos de una semana por mi calendario.

El nombre de la extraña mujer que me contaba todo esto era Altea, se puso este nombre para que los terrícolas pudiésemos llamarla de alguna manera, ya que su nombre real es impronunciable para cualquier ser humano.


- ¡Qué calor!. - El sol está en todo lo alto y camino por un árido desierto. - Por los restos de los edificios que quedan en pie, yo diría que esto era... ¡NO! ¡No puede ser! ¡Oh Dios! Esas ruinas de ahí parecen restos de mi ciudad.

¿Por qué? ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Muertos, todos están muertos. Ya casi no me queda agua. No debí haber escuchado a aquella maldita bruja. - Pero tenía que escapar.

- Todo era mentira. ¡MENTIRA!

Cuando Altea me indicó donde se encontraban mis aposentos, decidí intentar verificar lo que ella me había contado. No tenía ni idea de cómo hacerlo. Me asomé a una especie de ventana de forma ovalada que se encontraba a demasiada altura como para alcanzarla desde el suelo. Haciendo uso de mi ingenio, cogí una caja que se encontraban en la habitación y que hacía las veces de silla, y convirtiéndola en un improvisado trampolín, de un salto logré asirme a mi objetivo.

La verdad es que no se veía demasiado, sólo el interior de un recinto rodeado por una barrera de energía, tan alta como un rascacielos, coronado por una cúpula cuya forma simulaba la forma de un diamante.

Pero algo llamó mi atención. Era uno de los científicos al que llevaban entre dos soldados. El hombre intentó salir corriendo, ganó algo de distancia pero no fue suficiente. Dos rayos le alcanzaron.

Tenía que huir, escapar de allí como fuera. Seguí asomado por la ventana para intentar encontrar la manera de salir. De pronto, vi como un vehículo que parecía de transporte atravesaba la barrera de energía exterior sin ningún tipo de problemas. Debía de tener instalado algún sistema que le permitía entrar o salir con total libertad. El problema estaba en cómo hacerme con ese maldito vehículo.

Abrí la puerta de mi habitación, me habían dado una especie de mando a distancia que hacía que se abriese una puerta de la nada. Salí de mi habitación. Vi a Altea. Me acerqué a ella, pero cuando estaba a menos de dos metros, un guardia me sacudió un terrible golpe por la espalda. Esta vez simulé estar inconsciente, y cuando el guardia me llevaba en brazos de vuelta a mi prisión, aproveché y le robé el arma.

Esta vez fui yo quien dio el golpe al guardián. Cayó al suelo y antes de que se levantara le disparé con toda mi rabia acumulada. Otro guardia que vio la escena no tuvo tiempo de sacar su arma. Sus sesos pintaron la inmaculada pared que se encontraba detrás de él. Teniendo cuidado de que esta vez no me vieran me acerqué a Altea, me puse por detrás y la cogí por el cuello, tenía a su líder de rehén.

Nada ni nadie se interpuso en nuestro camino. Llegamos hasta el vehículo de transporte. De pronto ella empezó a hablar. - No habéis aprendido nada, siempre seréis una raza inferior. Y dicho esto se zafó con una fuerza que jamás me habría esperado de una mujer. No me dio tiempo de nada. Se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo como si de una hoja de papel se tratara. No pude poner resistencia. Se estaba metiendo en mi cerebro.

Luchaba, ella intentaba quemarme por dentro, a penas si veía. De pronto ella se desvaneció en el aire. Momento en el que aproveché para subir al vehículo y escapar de allí a toda velocidad, con las pocas fuerzas que me quedaban. Miré para atrás y vi como uno de los científicos era abatido por la guardia. Había sido él quién había matado a Altea.

Pasé la barrera exterior, pero algo no había ido bien. El carguero había quedado inutilizado. Probablemente había algún código de acceso al sistema del vehículo en el que me encontraba, y había sido desactivado al pasar cerca de la cúpula con forma de diamante.

Así tuve que alejarme de allí, a pie. Y ahora me encuentro destrozado, sin ánimos de seguir. Ya no me quedan fuerzas. Creo que este es el fin. Estoy tumbado sobre escombros de mi vieja ciudad mirando al cielo. Prefiero morir a este sufrimiento. Cogí el arma. Me apunté.

- ¡MIS OIDOS! ¡Ese zumbido de nuevo!

Desperté y me encontraba en mi nave. Rodeado de científicos. - ¡Ha sido un éxito! - exclamaban. Yo me sentía perdido, confuso, no dije nada. Ellos me explicaron que todo había sido un experimento. En las bodegas de la nave llevaban un prototipo del Sistema de Ilusiones. Me explicaron que era una nueva arma cuya finalidad era provocar las más disparatadas fantasías o terrores a los posibles enemigos. El fin último, era provocar que la víctima, acabara con su propia vida ante el sufrimiento que experimentaba, tal y como yo estuve a punto de hacer.

No sabía que decir. Las palabras fueron - ¿Por qué yo? - Ellos me dijeron que había sido elegido en la Tierra por mis cualidades de entre miles de posibles candidatos. Eso, y que el sistema necesitase de atmósfera y gravedad cero para ser disparado sobre la Tierra. Era el único que podía viajar al espacio, sobrevivir al experimento y llevar la nave de vuelta.

Me acerque al panel de control de la nave, una sola palabra cruzaba por mi mente: Prototipo. Introduje el código de acceso al sistema de la nave y pulsé el botón rojo.

Una explosión iluminó el espacio.

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