Amanecía cuando la anciana comadrona salió de la pequeña cabaña de pescadores, tenía las manos manchadas de sangre pero en su rostro se dibujaba una sonrisa, un rostro que pese a las pronunciadas arrugas desprendía felicidad. Nada más salir, un hombre de piel morena curtido por el trabajo en la mar se abalanzó sobre ella, y aferrándola de los brazos con angustia y firmeza, la miró a los ojos fijamente.
Hasta siempre... quizá.
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Por unos u otros motivos cambiamos de vida y de costumbres, en este caso
hace ya tiempo que mi pluma se quedó olvidada en algún cajón.
Quizá un nuevo mundo ...
Hace 12 años