Amanecía cuando la anciana comadrona salió de la pequeña cabaña de pescadores, tenía las manos manchadas de sangre pero en su rostro se dibujaba una sonrisa, un rostro que pese a las pronunciadas arrugas desprendía felicidad. Nada más salir, un hombre de piel morena curtido por el trabajo en la mar se abalanzó sobre ella, y aferrándola de los brazos con angustia y firmeza, la miró a los ojos fijamente.
- Están bien, la madre y el niño se encuentran bien, puedes pasar a verlos.
El grito de júbilo que salió de la garganta de aquel hombre se oyó en la pequeña aldea, y como un relámpago entró en la casa. Otros hombres que esperaban junto al padre empezaron a bailar y a gritar de la alegría - ¡Un niño, un niño! - y era comprensible tal alborozo, había sido un parto difícil tras dos días de sufrimientos, gritos de dolor y agonía. Aquel niño había nacido fuerte y sano, y la madre había sobrevivido.
- Le llamaran como al abuelo - decía un hombre - No, como al padre, ya lo verás, le llamarán... - y en ese momento la frase se vio interrumpida porque el feliz padre volvía a aparecer por la puerta.
- Celebremos este día amigos, vayamos a la posada y dejemos que la madre descanse. - Y dicho esto, partieron a brindar por el día que había amanecido con tan buen augurio. Fue un día de fiesta, la aldea era pequeña y todos se conocían, era como una gran familia. La alegría de uno de sus miembros era motivo de felicidad para todos.
Pasaron las horas, y cayó la noche. Algunas antorchas, diseminadas aquí y allá, iluminaban las pequeñas callejuelas de la aldea. En el ambiente reinaba la calma, el silencio de la noche sólo se veía interrumpido por el tranquilo romper de suaves olas contra las piedras negras que formaban la costa, y llegó la madrugada cuando ya todos dormían. El día siguiente sería un día largo ya que tendrían que faenar para mantener a sus familias.
- ¡Silencio perros!, si los despertáis antes de que lleguemos a la costa, os juro que... - Fueron las palabras que el murmullo de las olas transportaron en mitad de la oscuridad.
- Capitán, es una aldea de pescadores, ¿qué hacemos aquí?
- Venganza, nada más que eso... venganza. No quiero prisioneros, matad a los hombres y a los niños, con las mujeres haced lo que queráis, pero no quiero prisioneros.
La embarcación que transportaba una veintena de hombres armados llegó a la costa. Su llegada se realizó en silencio, y poco a poco fueron desembarcando. Se movían en total sigilo, sus pisadas se confundían con el sonido del mar y sin ninguna dificultad ni oposición fueron entrando en casa por casa. Lo que durante el día habían sido gritos de felicidad, ahora eran gritos de terror.
- Capitán, sólo dos bajas de la tripulación. Los hombres de la aldea han muerto... todos. Los perros se están dando un festín con las mujeres, y he encontrado esto - el asaltante mostró una manta en la que un niño lloraba requiriendo la atención de su madre. El que llamaban capitán sonrió.
- ¿Lo quieres? Es tuyo, será un buen regalo para tu mujer, ¿dónde lo has encontrado?
- En aquella cabaña de allí - El hombre señaló con la mano el lugar donde había encontrado a la criatura.
- Bien, es tuyo - Y diciendo esto se dirigió a la cabaña de pescadores.
El capitán se adentró en lo que horas antes había sido un nido de alegrías, ahora convertido en una tumba. Miró a su alrededor y vio a los cuerpos que yacían en el suelo. Se dirigió hacia ellos y al ver la cara del hombre su rostro palideció. - ¡No!, no... - Sus palabras sonaron a través de una cortina de ira y odio. Tras dar una patada al cuerpo del hombre que yacía muerto en el suelo, salió corriendo hacia el asaltante que aún tenía el niño en sus brazos.
- ¡Dámelo, dámelo ahora mismo! - gritó con desesperación.
- Lo siento capitán, es mío según el código. Además, ya tiene nombre. Krayten Cross te presento al capitán.
Hasta siempre... quizá.
-
Por unos u otros motivos cambiamos de vida y de costumbres, en este caso
hace ya tiempo que mi pluma se quedó olvidada en algún cajón.
Quizá un nuevo mundo ...
Hace 12 años
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