lunes, 29 de octubre de 2018

El Peregrino

Hoy quiero dejarte el relato corto que escribí para la "Semana del libro de Agüimes". Espero que lo disfrutes.

3 de septiembre de 1685

Hace ya quince días que zarpamos desde Las Canarias rumbo a la isla de La Española. Es un viaje harto difícil, pero he de ocuparme de los negocios de la familia. Mi nombre es Carlos Izaguirre de Leima, hijo mayor de Don Felipe Izaguirre y Doña Rosario de Leima.

Escribo estas líneas desde un pequeño camarote en El Peregrino, un ágil bergantín de velas grises del que me aseguraron que, si quería llegar a mi destino, sano, salvo y de una sola pieza, era la mejor opción. Aunque ahora ya no estoy tan seguro. El capitán, un tal Cross, inglés para más señas, parece no rendir cuentas a ninguna bandera o pabellón, simplemente navega allá donde la bolsa suene con más fuerza. Padre le ofreció una buena suma por llevarme hasta La Española. Y por mi regreso, cuando terminara de resolver los asuntos que hasta tan lejanas tierras me llevan, vería el resto de lo acordado.

Está oscureciendo. He encendido el candil, que se mece en un suave vaivén, acunado por una mar serena. Es ahora, en la quietud de la noche, cuando el crujir de los maderos se acentúa, y los recuerdos de tierra firme afloran en mi mente. Aún se me parte el corazón al recordar a María, mi hermana pequeña, mientras nos despedíamos en el puerto de Cádiz. Toda mi familia tenía constancia de lo peligroso del viaje, pues bucaneros y piratas infestan las aguas del Atlántico en busca de presa española. Pero es mi obligación y mi deber. Padre es ya anciano, y debo hacer que su legado perdure.


5 de septiembre de 1685

Está amaneciendo, y apenas he podido dormir. En el día de ayer, cuando los últimos rayos del sol caían sobre la cubierta, el vigía oteó un navío de velas negras en el horizonte. La tripulación comenzó a trabajar con más celeridad de la normal bajo los gritos del capitán Cross – ¡Arriad la mayor y el trinquete! ¡Quiero cortar el viento! ¡Moved el culo, holgazanes! – La tripulación, por turnos, ha estado trabajando duro toda la noche, jaleados por un capitán que no ha abandonado el timón en ningún momento. A mí me ordenaron bajar a mi camarote al poco de que el vigía diese la voz de alerta. Tengo miedo, lo reconozco, pero esta tripulación parece conocer bien su oficio.

He salido a cubierta a la hora del almuerzo y he podido mantener una conversación con el capitán Cross. Él estaba seguro de haber dejado atrás al barco de las velas negras. Con orgullo, se jactaba de que El Peregrino es el barco más veloz del Atlántico. Todo ha vuelto a la normalidad, y prueba de ello es que ahora mismo, en la cubierta, la tripulación canta una saloma de mujeres y marinos capaz de hacer sonrojar a cualquier puritano, menos mal que ya estoy acostumbrado. El sueño me está venciendo, la comida ha sido copiosa para celebrar nuestra pequeña victoria. Seguiré escribiendo más tarde, o tal vez mañana.


8 de septiembre de 1685

Aún no puedo creerlo. Cross no es más que una maldita rata. Cuando pensaba que estábamos a salvo del barco de velas negras, ha ocurrido algo. Pero Dios mío, ¿dónde me he metido? ¿por qué me ocurre esto a mí? Tengo que tratar de mantener la calma, voy a escribir todo lo que ha sucedido, pues desde hace tres días que no hago anotaciones en mi diario.

Todo comenzó en la mañana del 6 de septiembre. Desde entonces, el capitán no se dejaba ver en cubierta, y el segundo de a bordo se había hecho cargo del timón. Algo bastante extraño, pues desde que zarpamos, solo cedía su puesto cuando quería descansar o a la hora de las comidas. El navío surcaba las aguas, ágil, como si volara sobre las olas. Un tripulante me estaba explicando que el nombre de la embarcación era una referencia al halcón peregrino, el ave más rápida de las que se tiene constancia, cuando el capitán regresó a supuesto en el timón. Dio un giro a estribor, poniendo a El Peregrino proa a barlovento, lo que era un giro inesperado en nuestra ruta hacia La Española.

Curiosamente, estas maniobras las realizó en silencio, pero la tripulación parecía saber qué iba a suceder. Incauto de mí, pronto entendería que estaba ocurriendo, pues horas más tarde, el buque de velas negras apareció en el horizonte por nuestra proa. Habíamos realizado un giro de trescientos sesenta grados para colocarnos a su popa. Me asusté, y me encaré con él. – Mi querido amigo – me dijo el rufián – No hay de qué preocuparse, vuelva abajo y le avisaremos cuando todo acabe. – Me llevaron a la fuerza entre dos marineros y el segundo de a bordo. Fue este último, quien me explicó que el capitán había estado realizando los cálculos necesarios para colocarnos en una posición de ventaja respecto al velas negras. Mi sorpresa fue en aumento cuando ya en mi camarote, y por detrás de los que habían sido mi escolta, vi pasar la figura de un joven que llevaba entre sus manos la bandera española de El Peregrino. Al rato lo vi pasar de nuevo, esta vez con una bandera negra, y ahí lo comprendí todo, El Peregrino era una embarcación pirata, y yo estaba a su merced. Oigo pasos, viene alguien, seguiré luego.


Septiembre u octubre de 1685

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que escribí mis últimas líneas, pero sigo con vida. Pienso en mi familia, en Cádiz, y mi futuro en La Española. Han estado alimentándome como si fuese un perro, pero por fin Cross se ha dignado a venir a visitarme, marchándose apenas hace unos minutos. No venía armado, y tras confirmarme lo que ya sabía, que se dedica al “noble” arte de la piratería, me ha dejado claro que, si quería seguir con vida, sería bajo sus condiciones. Tenía planes para mí, esas fueron sus palabras y volver a Cádiz no entraba en ellos. No tengo alternativa, pero en cuanto tenga oportunidad trataré de escapar. Puede que esta sea mi última entrada en este diario. Ruego a Dios por mi familia y por mi alma, rezo porque perdone mis actos, los pasados y los futuros, solo quiero vivir, aunque para ello haya tenido que tratar con el mismísimo Diablo.


Universidad Estatal de Haití – Puerto Príncipe, febrero de 2018

- Profesor Izaguirre, Profesor. Hemos encontrado el diario del Peregrino entre las ruinas de Sans Souci.
- ¡Por fin! Gracias, José. Muchísimas gracias. Es justo lo que andaba buscando.

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